miércoles, 14 de marzo de 2012

Fueye, de Jorge González

1.
Hitchcock le cuenta a François Trouffaut en El cine según Hitchcock (Alianza, varias ediciones) que para él sus películas ya estaban terminadas en la etapa del storyboard. Que lo que venía después lo aburría sobremanera, porque los storys de sus películas eran tan minuciosos y completos que todo lo que tenía que hacer era seguirlos al pie de la letra. En ese sentido, si alguien decidiera hacer de Fueye una película, y tomara la historieta tal cual es como su storyboard, flor de película tendría entre manos. Alcanza con imaginarse las primeras tres viñetas del libro como si fueran los primeros tres planos de esa superproducción: abrumadores. Si ya son abrumadores en el libro… Podés tenerlo en tu regazo y estar mirando para abajo, pero el tercer cuadro a doble página se siente igual que si uno estuviera sentado en la primera fila del cine Gaumont, mirando para arriba… Pensándolo bien, eso se llama empatía: los que miran para arriba son los personajes de esas viñetas, italianos en un puerto en 1916 tratando de abarcar con los ojos el transatlántico en el que se van a pasar los próximos tres meses de sus vidas.

2.
Me pasó que tuve Fueye sin abrir, casi sin ojear siquiera durante varios días. Salió de la librería y llegó a mi escritorio y se quedó quieto ahí, esperando su momento. Yo no tenía referencias previas ni del libro ni del autor, aunque sí de la editorial (La Editorial Común, que como se habrán enterado por diversos medios, es un emprendimiento relativamente reciente de Ricardo Liniers Siri y Angie Erhart del Campo para editar en el país novelas gráficas de autores que a ellos les gustan) y también sabía lo del premio (Internacional de Novela Gráfica Fnac-Sins entido) pero eso tampoco me decía mucho. Cuando finalmente me decidí y me senté a leer Fueye, a mí alrededor bien puede que hayan pasado al galope una horda de hunos vociferantes sin que yo me haya enterado. Esas abrumadoras tres primeras viñetas (sí, insisto con ellas) son el señuelo perfecto para todo lo que viene después. Cuando logré cerrar el libro para volver a mis obligaciones 1916 había quedado atrás y ya era 1968 en Buenos Aires, en la página 100. El olor a tinta debe haber colaborado en la hipnosis. (Aquellos que disfrutan del olor a libro nuevo, preparensé).

3.
Voy a prescindir de adelantos sinópticos, es mejor si lo descubren por ustedes mismos. Sólo doy algunas nociones para aquellos que no pueden sin ellas: es una historia con inmigrantes, malevos, anarquistas, bandoneones, corrupción, orgías, infancia, travestis, cárceles, oficinas, amores desgraciados… que transcurre en las décadas del ’10, del ’30, del ’60… Y también es otra historia, una contemporánea, aunque también porteña, también con inmigrantes y también con bandoneones.

4.
Hablando de bandoneones, esto: así como en el bandoneón se oye a la vez lo que se toca y cómo se lo toca (cuando suenan a la vez las notas y el claqueteo de la botonera), en Fueye González nos muestra lo que dibuja y cómo lo dibuja: las diferentes etapas del dibujo se superponen sin taparse entre sí, agregando sentido en la presencia simultánea. Y hablando de bandoneones, también esto: el disco Fueye, del bandoneonísta Marcelo Mercadante (más doppelgänger que banda sonora del libro). Se lo puede bajar de la página web del músico, bajo licencia creative commons. Les recomiendo perentoriamente que no se pierdan ninguno de los dos.

5.
Esta reseña la hice para y fue publicada primero en la página de Libros del Pasaje.

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