viernes, 21 de octubre de 2011

La máquina de pensar en Gladys, de Mario Levrero

1. Excelente. Ultralulu.

2. Muy la onda de Un tal Lucas e Historias de cronopios y de famas, esos libros de cuentos cortos que no se gastan.

3. Mario Levrero es este escritor uruguayo que acabo de descubrir gracias a Lauri, que ya tuvo su momento de auge editorial y de ventas y lecturas al que yo llegué tarde. Es un tipo que se murió en 2004 y que se hizo más conocido post mortem (qué expresión). Como dije hace poco, de él había leído un cuento infantil (El sótano) que me pareció buenísimo, y más recientemente Dejen todo en mis manos. El otro día en la FLIA me compré en el puesto de Eloísa Cartonera (por muy módicos 5 pesos) este libro, La máquina de pensar en Gladys, que tiene muchos cuentos muy lindos o muy turbios depende cuál y que se publicó originalmente en el año 1970, habiendo sido escrito a lo largo de los últimos años de la década anterior.

4. Y ahora transcribo el cuento del título y después ya está.

La máquina de pensar en Gladys

Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta -para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente-; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así -cerrando la persiana-; la lata de la basura ya había sido sacada, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla del control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba, coincidía con el reloj pulsera en mi muñeca; y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz.
Por la madrugada desperté inquieto, un ruido desacostumbrado me había producido un sobresalto; me ovillé en la cama y me cubrí con las almohadas y me puse las manos en la nuca y esperé el final de todo aquello con los nervios en tensión: la casa se estaba derrumbando.

5 comentarios:

laura dijo...

sí, a mí me había gustado el de Levrero que te regalé, mucho, si no, no te lo habría regalado creo

no leí lo que citaste así no me spoileo el libro este, prestámelo!

además
volvió el verano, seguro ahora me puedo leer algo, no sé si entero, viste, pero al menos las primeras cien páginas

besos como siempre de la analfabeta lauri

keki dijo...

Gran cuento. Gran post intro. Cómo consideras el derrumbe del final?

Ale Schonfeld dijo...

¿Así nomás te lo digo? Para mí es la depresión que le derrumba la psiquis. El tipo piensa en Gladys, pero Gladys no está. ¿No?

keki dijo...

Jajaj genial. Claro, sin Gladys. Todo se derrumba.

keki dijo...

Jajaj genial. Claro, sin Gladys. Todo se derrumba.